.
Llegó a mi casa sin buscarla. Un día la vimos deambulando por el jardín y yo la ahuyenté pues tenía ya mi gato Manchas y su presencia podría significar peleas. Al poco tiempo, mi hijo oyó unos ruidos en el galpón donde se guarda la leña: había parido 3 hermosos gatitos en una caja y estaba muy delgada. La alimentamos y cuidamos sus pequeños. Fueron unas semanas muy alegres, pero la tristeza nos invadió cuando hubo que regalarlos, ya que el dueño de la gata, un vecino, se desentendió del asunto.
Luego, dicho vecino se cambió de casa y la dejó abandonada. Junto a mi hijo, se la llevamos en dos oportunidades y ella regresaba a nuestra casa. Decidimos dejarla con nosotros y comenzamos a inyectarla para que no tuviera retoños. Luego fue operada. La llamamos Negra.
Fue una mascota muy especial: siempre andaba junto a mí. Me acompañaba en mis ratos de jardinera o mientras limpiaba algún rincón del patio. Nunca salió a recorrer el vecindario. Le encantaba el calor del sol. Le gustaba echarse bajo la estufa o en su cojín en el sillón. Siempre gordita, pues se comía su porción de alimento y también la de mi otro gato si nos descuidábamos, lo cual ocurría con frecuencia. Cuando me sentía llegar del trabajo entraba y se echaba junto a mí mostrándome su barriga. Me acompañó en tiempos difíciles con su presencia serena y su mirada de amor.
Se enfermó de pronto... hice lo que pude. Se fue siendo amada. Sé que fue feliz junto a nosotros.